viernes, 29 de agosto de 2008

Arrimando el hombro

En los años 50-60 el trabajo escaseaba y en mas de una ocasión mi padre tuvo que buscarlo fuera del pueblo. Una vez llegó hasta Lugo, donde participó en la reconstrucción del monasterio de Samos que había sufrido un incendio. De eso solo recuerdo las castañas que nos trajo a su vuelta.
Para ganarse un dinero extra, tocaba en una orquesta los domingos en el baile de Portillo, pero los inviernos eran difíciles porque no había trabajo en la construcción y tenia que agarrarse a lo que podía, varear olivas o lo que terciase.
Mi madre lo mismo trabajaba en el tejar llevando ladrillos en una carretilla (cosa que a mi padre no le gustaba que hiciera), que vendimiaba, o cosía en casa uniformes militares, a lo que le ayudaba mi hermana Mada.
Todas ayudábamos en lo que podíamos: mi hermana Artemia, la mayor, que tiene seis años mas que yo, cuando tenía 11 - 12 años iba a recoger aceitunas cobrando su jornal. Hacía mucho frío y la salían sabañones en las orejas, y las manos se la ponían lastimosas de grietas que la dolían a rabiar. Entonces curábamos las grietas con orina, siendo el mejor momento la primera orina de la mañana. Parece una guarrada pero ahora se sabe que la urea va estupendamente para este problema de la piel.
Se han hecho estudios científicos en medicina y se ha comprobado la cantidad de componentes beneficiosos de la orina humana: sodio, potasio, vitaminas, hormonas, urea, ácido úrico ... La orina es una reserva para futuros medicamentos.
En la actualidad se emplea la orinoterapia precisamente para la piel e incluso en cosmética y champús. no sigo porque el resto puede ser desagradable.
Como decía, ayudábamos en la economía familiar. En los veranos espigábamos en los rastrojos y recogíamos las espigas que se caían de los carros por la carretera, para tener trigo para las gallinas.
El último año que pasé en Fuensalida, con nueve años, fui a vendimiar formando pareja con mi madre, cobrando el mismo sueldo que ella. Con toda seguridad ella trabajaría mas deprisa para igualar el trabajo de las dos con el resto y cuando me quedaba distraída me decía "agáchate muchacha", para que los demás no se dieran cuenta.
De todas formas, yo era una niña fuerte y grandota y trabajaba bien, a ratos fui de pareja de espuerta con la dueña y no se quejó para nada. Con esa edad tenía amor propio, y me daba cuenta de que me pagaban por lo que hacía.
Como premio a mi esfuerzo me regalaron un muñequito de caucho muy bonito, era mi primer muñeco, mi madre le hizo unos pantalones cortos color tostado y una camisita blanca con rayas del mismo tono, estaba precioso.

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